Crítica, la mala palabra
Por Julieta Vaca Rossi
En el último tiempo me vi enfrentada a situaciones en donde se me reprimió por opinar. Se me ha tildado de rompebolas, de insoportable y de parecer una vieja. “Uy, criticas todo”, “¿Quién sos vos para decir eso?”, “¿Desde dónde te atreves a plantearlo?”, son sólo algunas de las cosas que nos dicen a los que nos animamos a explorar ese terreno. En el presente, la crítica está impregnada de un sentido negativo, pero me gustaría exprimir este concepto y sacarle el jugo positivo y constructivo que tiene dentro.
Criticar es elaborar un juicio u opinión. Muchas veces se confunde con reprobar, censurar o hablar mal de alguien, pero nos olvidamos que en realidad significa analizar, evaluar, examinar, comparar y cuestionar, siendo todos estos verbos, en mi opinión, indispensables. ¿Por qué? Me dirán que la vida es mejor vivirla de manera simple, sin pensar tanto y dejándose llevar por cada experiencia. Pero a mi parecer han caído en una trampa: el abstraerse de un momento para preguntarse por su importancia y el disfrutarlo no son excluyentes, deberían ser complementarios. Ante la complejidad creciente de la época y las posibilidades sin precedentes que podríamos explotar, hoy parece especialmente importante suscribirse a una política de crítica cultural.
En un mundo donde la masividad nos condiciona, donde las redes sociales nos imponen un “nosotros”, donde las diferencias y las individualidades se licuan en un todo, ¿no deberíamos estar más abiertos que nunca a la crítica independiente? ¿Por qué queremos ser todos iguales cuando tenemos la chance de ser únicos?
Una de las consecuencias más problemáticas de esta visión anti-reflexión cultural es que, del mismo modo que cada vez nos cuesta más ser críticos con las cosas, se nos hace más difícil ser críticos con las personas. La imposibilidad de la crítica se ha filtrado e institucionalizado en nuestras relaciones, y no sólo nos inhibimos de emitir nuestros juicios, sino que nos negamos a recibir los de los demás.
Pareciera que hemos sido entrenados por la cultura para creer que respetar la libertad del otro es no cuestionarlo, no involucrarse en su vida, lo que causa un debilitamiento de la comunicación y nos deja en un estado de extrema susceptibilidad. Pero no estar dispuestos a recibir con los brazos abiertos las críticas de nuestro entorno parece ser un síntoma de que tampoco estamos dispuestos a analizarnos profundamente nosotros mismos. La crítica, en sus dos instancias de producción y recepción, podría ser una herramienta que ayude a fortalecer una relación en vez de debilitarla.
Un crítico no debería ser visto como una persona bélica que busca generar conflictos, sino como alguien que cuestiona su entorno de manera constructiva e independiente. La compensación orgánica de un espíritu de crítica, para que no resulte injustificado, debería ser construir más, no criticar menos.
Me imagino que sería beneficioso, tanto para nosotros mismos como para los demás, que bajemos la actitud defensiva ante una opinión diferente. Habría que quitarle la exclusividad a los críticos expertos, arrebatarle a los académicos la potestad de hacer pensamiento, y entender que todos estamos capacitados para reflexionar e imaginar cosas mejores, para ser analistas culturales dispuestos a construir con creatividad un futuro diferente. Tal vez llegue el día en que me devuelvan un “¡Qué interesante!”, “Che, la verdad es que no lo había pensado” o incluso un “No estoy de acuerdo con lo que planteas, pero…” y se genere un interesante debate.
felipe
Brillante…