Una mirada crítica sobre el “Slow Food”
Por Laura Marajofsky
Hace dos semanas en la facultad de Agronomía, Carlos Petrini (http://es.wikipedia.org/wiki/Carlo_Petrini), el fundador del reconocido movimiento internacional “Slow Food” (http://www.slowfood.com/) dio una charla abierta a la que tuve la oportunidad de asistir.
Qué mejor momento que éste para una charla así, pensé con cierta expectativa. Un momento en que la problemática de la alimentación se está colando insistentemente no sólo en la esfera mediática, sino que también está permeabilizando ámbitos cotidianos (planteos en los colegios, discusiones con amigos, mesas familiares, etc.)
Luego de haber asistido a la ponencia y escuchar atentamente a Petrini, debo decir que el análisis de situación que se hace, si bien por momentos da en el clavo con cierta fenomenología, me dejó decepcionada en lo que refiere a propuestas articulables a escala individual y de pequeños grupos. Aunque es rescatable cierta crítica que Petrini hace de la idea de la gastronomía actual como algo que frivoliza la problemática de la alimentación, y luego habla de que sufrimos una especie de “esquizofrenia gastronómica” en la que no se presta atención al impacto de los alimentos tanto en el organismo como en el ambiente, su visión tradicionalista termina buscando soluciones en modelos de antaño que tampoco son lo más sustentables para el individuo desde una perspectiva cultural.
Respecto de esto último, uno de los puntos álgidos del paradigma que propone el fundador de slow food es “el retorno a la tierra”, y no sólo en el sentido de un fortalecimiento del circuito agricultor local (algo más o menos esperable en esta clase de discursos), sino desde el planteo de un “proyecto de vida campesino” en el que cuestiona que tan pocos jóvenes hoy quieran dedicarse a cultivar la tierra. Para ejemplificar esta postura Petrini explica que en las charlas que ha dado en distintas universidades del mundo siempre pregunta cuántos de los estudiantes allí presentes planean dedicarse a la agricultura. Los porcentajes, según él insólitamente bajos, dan cuenta del desbalance que existe en la sociedad. A su vez cierra preguntando cómo han de alimentar esos pocos futuros agricultores a todos los demás estudiantes que se dedicarán a otra cosa.
El tema es que pensar en resolver la crisis alimentaria actual a través de los mercados campesinos como Petrini indica, es algo que sólo replica un esquema de tercerización ya existente pero a baja escala. Si bien el modelo de mercados locales puede funcionar un poco mejor que la opción por default, la complejidad exponencial de la situación presente -en donde todos los días nos enteramos de algo nuevo que es tóxico para nuestro organismo- pide canales más profundos y rigurosos de testeo, certificación y provisión de alimentos que los que pueden ofrecer mercados de este tipo. Para los que hemos tenido la oportunidad de recorrer y comprar en esta clase de lugares, se termina haciendo ostensible que mientras es destacable un intento por alejarse de lo masivo, en muchos casos hay más voluntarismo e informalidad que otra cosa.
En este sentido, estos mercados no parecen lograr subsanar la cuestión del control y la confianza, dos variables cruciales hoy en día a la hora de elegir qué ponemos en nuestra mesa. Las soluciones que propone el movimiento slow food (o incluso enfoques más naive como la huertita propia), no parecen orientadas a cambiar el modelo de fondo. Un nuevo paradigma debería apuntar hacia generar circuitos descentralizados, no masivos, en donde el contacto con los proveedores sea más directo y más crítico, garantizando un mayor control por parte del individuo suelto, y sobre todo promoviendo que la persona no se desvincule del proceso de discernir y analizar qué es bueno y qué es nocivo. Es hora de cambiar la mentalidad que dicta que uno tiene que poder ir a un lugar, sea un supermercado o una feria artesanal, y comprar algo de calidad o saludable. De hecho la prerrogativa con la que hay que trabajar de ahora en más en todos los ámbitos, por más eco-friendly que se propongan ser, es precisamente la contraria.
Asimismo, hay que decir que la sugerencia de Petrini de que los jóvenes vuelvan al campo tiene connotaciones negativas también desde lo cultural. Me quedé con ganas de preguntarle algo a nuestro entusiasta orador (la charla curiosamente no estuvo abierta a un intercambio posterior): aun suponiendo que con una vuelta al campo bastara para solucionar la miríada de inconvenientes descriptos, ¿qué prospectos de desarrollo humano tiene para el individuo, más allá del bien social que pueda producir, este retorno a la vida campesina? ¿Qué impacto tiene plantearle a un adolescente que está decidiendo qué hacer con su vida que se dedique a la agricultura porque “alguien tiene que hacerse cargo”?
Con cierto tino Petrini aclara que no pretende volver al tiempo de nuestros abuelos y su sufrida relación con el campo, pero antes de que alguien pueda respirar aliviado, propone en su lugar un mero aggiornamiento de este estilo de vida -léase que los campesinos tengan la posibilidad de poder mandar a sus hijos a la universidad, ir al teatro, etc. A esto lo llama algo así como una economía de supervivencia “más espiritual” versus una economía productivista.
Esta clase de lecturas, ya sea sobre la alimentación o sobre cómo vas a planear tu vida, comparten un enfoque común que es que no se estimula a analizar las distintas problemáticas contemporáneas desde una perspectiva individual y sin sucumbir al brutal imperativo de pensar todo desde una lógica centralizada y hegemónica.
Para cerrar Petrini aboga por recuperar el placer de comer, disfrutar el ritual (por eso el “slow”) llegando al extremo de hablar de la sacralización de la comida. Por definición me cuesta pensar en sacralizar algo, pero si hubiera que llegar a este punto diría que nuestra vida debería ser lo más sagrado, y no como el señor Petrini sugiere, “lo más importante es la comida”. Sí, está claro que sin ella no podemos vivir, pero es una lástima que el espíritu omnipresente en la charla haya sido que no importa demasiado cómo vivas o qué hagas con tu tiempo fuera del hecho de producir la comida y consumirla… una significativa omisión para el debate de cómo mejorar integralmente nuestras vidas.
*Para los que quieran escuchar sobre los problemas del paradigma de los mercados locales y el dilema de la confianza y el control, les recomiendo escuchar la reunión 4 del Club I+ desde el minuto 00:31:26
https://www.riorevuelto.org/2014/04/03/reunion-no-4-de-club-i-temporada-2014/