¿Del determinismo genético al epigenético?
Por Laura Marajofsky
Si hasta ahora aquellos que buscaban relativizar cierto determinismo genético imperante se refugiaban en las promesas de la epigenética, los últimos avances y novedades en este campo podrían servir para profundizar un debate de lo más interesante.
La siguiente nota publicada la semana pasada (http://www.psmag.com/health/the-social-life-of-genes-64616/) indaga en cómo en los últimos años y gracias a nuevos estudios se está comenzando a cuestionar la asunción que regía hasta el momento, que implicaba que las variables ambientales podían generar cambios en la expresión de los genes pero de forma mucho más lenta y menos profunda de lo que se cree hoy día.
Uno de los científicos que llegó a la conclusión de que el impacto del contexto social sobre la expresión genética podía ser mucho más dramática de lo pensado anteriormente es Gene Robinson, quien estudiando la interacción de dos clases distintas de abejas con temperamentos diferentes, comprobó cómo amplias secciones de los genes de estos animales respondían de modo diametralmente opuesto a lo que su especie determinaba a priori.
Por lo tanto Robinson y otros empezaron a plantear que la forma en que una persona vive y el tipo de relaciones que tiene, puede de una manera u otra alterar su biología.
“When it comes down to it, really, genes don’t make you who you are. Gene expression does. And gene expression varies depending on the life you live”
“You can’t change your genes. But if we’re even half right about all this, you can change the way your genes behave-which is almost the same thing. By adjusting your environment you can adjust your gene activity. That’s what we’re doing as we move through life. We’re constantly trying to hunt down that sweet spot between too much challenge and too little.”
Sin embargo, la particularidad de estos nuevos enfoques es que si bien el cepo conceptual sobre lo genético y su irrevocabilidad parecen haber cedido un poco, un nuevo énfasis se coloca en el tema relacional/social. De este modo y con cierta manipulación oportunista del hecho de que el individuo se beneficie en ciertas circunstancias de la interacción social, se termina desarmando un axioma para caer en otro, convirtiendo al aislamiento social (“social isolation”) en un factor de mayor influencia en lo que refiere a funciones orgánicas y bienestar general en el hombre.
“We typically think of stress as being a risk factor for disease. And it is, somewhat. But if you actually measure stress, using our best available instruments, it can’t hold a candle to social isolation. Social isolation is the best-established, most robust social or psychological risk factor for disease out there. Nothing can compete.”
Como también se discutía en el Club I+ pasado, es llamativo el “timing” con el que surgen ciertas ideas. No es casualidad que en un momento en que podríamos “hackear” casi cualquier parte de nosotros mismos, y cuando la cultura actual se tambalea bajo su propio peso, empiecen a aparecer refuerzos ideológicos de los aspectos más tradicionales de un individuo (la idea del hombre como ser “social” o “gregario”, su tendencia a buscar estar acompañado, etc).
¿Qué mecanismos culturales se estarán reforzando y entrenando secretamente bajo estas “nuevas” nociones? ¿Qué modelos relacionales/afectivos preexistentes se benefician con esta jugada? ¿Por qué detenerse en ciertos límites que se perciben como infranqueables, una vez que hemos empezado a desarmar aquellos paquetes heredados.