La invención menos pensada
Por Laura Marajofsky
Una pregunta que quizá muchos se hayan hecho, al menos alguna vez, es de dónde vienen las buenas ideas. ¿Qué es lo que despierta esa ráfaga de inspiración que puede devenir en algo nuevo? Y en particular, ¿de qué manera inciden las decisiones que se toman todos los días en este proceso? Tanto en los medios de comunicación como en el ámbito académico, el estudio de la creatividad se ha vuelto un tema recurrente. Sin embargo, poco y nada se ha indagado sobre el vínculo que guarda la innovación con el aspecto estratégico/proyectual.
Es bastante corriente que al encararse este tópico se tienda a disociar el plano de las ideas del resto de los sucesos cotidianos de la vida de una persona, como si las mismas existieran en una dimensión totalmente aislada de toda construcción cultural. Ahora, ¿por qué no debería haber una íntima conexión entre cómo nos sentimos desde que nos levantamos hasta que nos acostamos (y aquello que elegimos en el medio), y lo que podemos pensar e imaginar? Este aparente divorcio conceptual posibilita el engañoso argumento de que en el fondo no importa demasiado cómo se vive o a qué modelos se suscribe, total la creación es aquello que se produce vaya a saber uno dónde o por qué…
No obstante, si se afila la vista puede apreciarse que no todos los esquemas vitales tienen la misma incidencia, y que es coherente que ciertas costumbres inhiban o coarten la invención, mientras otras la fomenten. Basta con prestar atención, por ejemplo, al modo en que se diseñan las estrategias de aprendizaje hoy en día, y sus efectos en la predisposición individual. En una época donde es cada vez más accesible gestionar el conocimiento por cuenta propia (borroneando las diferencias entre “especialistas” y “amateurs”), cabe reflexionar sobre las consecuencias de un tipo de formación en la que se rinde constante culto a la mono-orientación en detrimento de una actitud más versátil que permita sacar provecho de las posibilidades actuales.
Algunos materiales recientes hablan precisamente de las desventajas de una mentalidad especializada, refiriendo a la progresiva desaparición de los “polímatas” -aquellos que eran versados en varios campos de estudio- como indicador de un retroceso en términos de integralidad e inventiva.
Es extraño que ante un panorama donde los diversos desplazamientos culturales y los avances tecnológicos proveen una oportunidad ideal para construir de forma autónoma, exista tanta reticencia a hallarse sin un respaldo “corporativo” o de cualquier otra clase.
Por otro lado, es llamativa la creciente asociación entre creatividad y enfermedad. No es coincidencia que ante tanto desequilibrio mental y emocional se hagan visibles discursos reivindicando el malestar como un supuesto aliciente de la originalidad. Para intentar fundamentar este lamentable concepto se mencionan distintos casos de artistas y científicos que padecieron desordenes de ansiedad, hipocondría y hasta cuadros de psicosis, alegando que la supervivencia de estos rasgos a lo largo de años de evolución es suficiente garantía de su utilidad.
Ante esta aceptación general de que cierto grado de enfermedad puede ser beneficioso (“Most theorists agree that it is not the full-blown illness itself, but the milder forms of psychosis that are at the root of the association between creativity and madness”), habría que preguntarse qué tipo de nociones nefastas respecto del potencial humano se están fomentando, y luego, qué vienen a encubrir estas premisas en un momento como éste.
Para entender el estado de ánimo predominante, posiblemente sea necesario ahondar en la concepción misma de lo que implica ser creativo, en la dificultad que existe para visualizar que la innovación no es algo que concluye en los ámbitos “formales” (la ciencia, el arte, etc.), sino que involucra todos los aspectos del ser, fundamentalmente la manera en que se vive.
Se suele recurrir con mucha facilidad a expresiones como “genio” o “talento” para calificar a quien produce una obra o crea un producto, aún cuando su contexto personal es poco estimulante o reprobable, excluyendo del análisis todo lo que no sean consideraciones estilísticas. Se observa con gran admiración a los inventos ocurrentes, independientemente de la cultura que éstos avalan y promueven. En este contexto, decir que algo es “creativo” parece significar cada vez menos.
Es probable que uno de los mayores retos sea entonces poder detectar los lazos imperceptibles que unen las instancias diarias y las motivaciones más profundas que inspiran ideas que valgan la pena, de esas capaces de revolucionar el mundo… tal vez las que más sentido tenga tener.