Colmillos y conservadurismo, una combinación letal
Por Laura Marajofsky
¿Qué tienen en común el café, el cigarrillo y un libro sobre vampiros y adolescentes enamoradas? A simple vista no demasiado. Sin embargo, todas estas cosas comparten la característica de que pueden generar comportamientos compulsivos. No es casual que “Twilight” sea descripta como una novela “muy adictiva”, logrando que miles de lectores ( “Twihards”) terminen los cuatro regordetes tomos en pocas semanas y entren en estado de shock cuando no consiguen ejemplares -cual síndrome de abstinencia siguiendo con la poco feliz analogía. Quizás para el observador atento esto no resulte sorprendente, en especial en un momento donde cada vez se hace más evidente el carácter potencialmente adictivo de muchas gestualidades modernas. Es interesante también resaltar las referencias respecto a este tema que pueblan la trama (por ejemplo las continuas citas que igualan el vicio con el amor o el compromiso), e intentar desentrañar el furor que genera.
Para entender el efecto que produce la saga, tanto en el público joven como en mujeres adultas con hijos (las “Twilight Moms”), hay que mencionar primero que la tendencia viene creciendo hace ya unos años. Sin ponernos extremadamente revisionistas existen varios productos del estilo, desde la serie de culto “Buffy, la caza vampiros” (1997) hasta la actual “True Blood” (2008), pasando por otras “spinoffs” ( “Angel”) y las colecciones de Laurell K. Hamilton y Charlaine Harris, entre otras. Las novelas del llamado género “urban fantasy” muestran a la típica muchachita peleando con criaturas sobrenaturales, mientras lidia con problemáticas cotidianas (el colegio, la búsqueda de la propia identidad, los vínculos con amigos y familia). La capacidad de estos relatos para situar a los personajes en escenarios fantásticos sin perder de vista conflictos de la “vida real”, supone el mayor mérito. Sin embargo, ninguna de las historias se detiene a analizar esta realidad y, aunque se reflexiona sobre ciertas cuestiones, jamás se ponen en duda los pilares básicos de la cultura central. A su vez, sucede que por contraste con las estrambóticas situaciones que se les presentan a los héroes, la normalidad se vuelve algo deseable, el premio más codiciado. Las figuras centrales de Twilight son bastante genéricas, carcasas tan carentes de alguna particularidad que cualquiera puede identificarse de inmediato. Bella, la protagonista, no es más que una chica ordinaria que mantiene su inocuidad e intrascendencia en gran parte de la aventura. Uno de los mayores atractivos ante la audiencia reside en lograr una perfecta estetización de lo común y corriente, como Stephanie Meyer explica al hablar de su obra: “There’s normal people out there and I think that’s one of the reasons Bella has become so popular”.
De esta manera el tablero queda dispuesto para que las piezas tomen su lugar y desplieguen su juego. Habrá varias distracciones en un intento por disimular el contrabandeo de iconografías conservadoras, aunque terminará haciéndose visible un posicionamiento que favorece modelos hegemónicos. No es incidental que la autora proponga que el clan de los vampiros sea “chapado a la antigua” en lo que refiere al rol de las mujeres y otros asuntos fundamentales, centrando el dilema existencial de la vampira Rosalie en su imposibilidad para tener hijos (inclusive respaldando la maternidad púber!), e instalando como un plan lógico y natural que Bella y Edward se casen. Ni siquiera recordar que estos seres tienen centenares de años, lo cual justificaría en cierta medida sus anticuadas mentalidades, hace soportable tal despliegue de pacatería. A medida que el conteo de cuerpos crece capítulo a capítulo, los amigos se van volviendo un elemento accesorio y deslucido, trasformando la amistad en un “casualty” más de la historia. ¿Quién quiere amigos cuando se puede tener un novio vampiro?, pareciera preguntarse Bella ante cada insinuación de que debería ser un poco más sociable.
Para completar el cóctel mortal existe una subtrama que sostiene que el destino es más fuerte que cualquier voluntad individual: según el concepto de “imprimación” los hombres lobo no eligen por sí mismos a su pareja, sino que ésta los elige a ellos. Lo perverso de la idea es que no hay oportunidad de cambiar la propia suerte una vez repartidas las cartas, como un flechazo instantáneo cuyos efectos durarán por siempre. A los ojos de los fanáticos, hasta estas volteretas narrativas -que sustentan visiones convencionales del amor- acaban pasando por detalles encantadores. Increíblemente cuanto más dependientes y obnubilados, más atractivos resultan los personajes. Y sin embargo, no es tan inverosímil cuando se observa la pulsión siempre vigente a encomendarse a fuerzas externas, ya sean instituciones, creencias o meras fruslerías, elija lo que corresponda.
La preadolescente cautivada por los clásicos clichés, o la treintañera que sucumbe ante los encantos de un cuento de hadas retrógrado como Twilight, son casos que presentan cierto desafío interpretativo, aunque son previsibles. Ahora bien, ¿qué inferir cuando vemos que el ama de casa anuncia sin tapujos que prefiere quedarse leyendo antes que tratar con su marido o encargarse de sus hijos? “I have no desires to be part of the real world right now” se puede leer en uno de los tantos foros de la Web dedicados al protagonista Edward Cullen. Es un tipo de ficción que viene como anillo al dedo, “prozac literario” para paliar los despropósitos de una existencia en crisis en la que el desencanto se considera un costo aceptable. Esos humanos recién convertidos en vampiros que describe la escritora, zombies sin rumbo que no logran hacer pie en un nuevo contexto, en ocasiones se asemejan demasiado a los transeúntes que nos cruzamos todos los días por la calle.
Ahondando un poco más, es posible comprender cómo la dificultad para resolver diferentes problemáticas actuales, entre ellas la administración del tiempo y los recursos personales, facilitan el “enganche” del público con esta obra. “Llega un momento en que lo único que hacés, además de dormir, es leer” dicen entre orgullosos y resignados los seguidores. Si asomaba la sospecha de que las conductas adictivas se estaban transformando en un síntoma común, señalando un camino de creciente narcotización, el fenómeno Twilight parece confirmar la arriesgada hipótesis.
Es probable que el éxito del material esté asociado con poder sintonizar con una predisposición presente que demanda, por un lado, una aceptación tácita (y acrítica) de cierta forma de vida, y por otro, una escapatoria de replanteos esenciales. Conectar al lector con una época habitualmente definida como intensa, o con sentimientos idealizados, se convierte así en la apuesta más reconfortante ante el desgaste diario. Se requiere una gran imaginación para creer en monstruos y otros seres fantásticos, pero se necesita mucha más para proyectar un mundo igual de emocionante e inspirador que inste a dejar ese libro tan entretenido y comenzar el día.
Laura Marajofsky
19/11/2009 14:11
Primero fué “Twilight”, ahora “New Moon”, y así con cada entrega de esta saga se confirman varias sospechas que veníamos trabajando: que el target no se limita únicamente a histéricas “teenagers” sino que también incluye a mujeres en sus 30 y 40 años (recordar a las “Twi-moms”), que la recurrencia a figuras de la adolescencia no es para nada casual ante la actual frustración e incomodidad, que como tantos otros productos contemporáneos “Twilight” no es más que un panfleto de las ideas y modelos más conservadores que hay dando vueltas…en suma, que si este es el rol femenino que se considera deseable hoy en día, estamos en la Edad Media de nuevo.
Y por si no quedaba claro el atractivo que muchos encuentran en estos “adictivos” libros -y el escape que permiten-:
“How much more grown-up can I be?” “I’m married. I pay taxes. I own two businesses. I’m working through a marriage. Marriage is grown-up. I like my life. But there’s probably some deep need to shut out the world for a while. Because the world is so fucking intrusive”…
“Twilight” of our youth
http://www.salon.com/mwt/feature/200…
beso!