Detrás de la moda de “hackear” la comida
Por Laura Marajofsky
“De acuerdo al US Bureau of Labor Statistics la gente gasta 90 minutos al día encargándose de su comida”. Si bien a simple vista, y considerando los hábitos de la población en general, uno podría desconfiar de este dato, lo cierto es que para aquellos que no tienen la motivación, los conocimientos o simplemente el tiempo para hacerlo, la problemática de la alimentación se está volviendo una cuestión cada vez más relevante.
Por este motivo es que me sorprendió encontrarme con una serie de artículos dedicados a los pros y contras de cocinar, y sus implicancias tanto culturales como biológicas.
En el extremo opuesto a Michael Pollan y su alegato pro-cocina, me crucé con el apasionado y personal descargo de la autora y chef ocasional Sarah Miller, “Why Cooking Sucks”, en donde se explica por qué esta mujer está pensando en abandonar el hábito de cocinar casi por completo (http://www.cafe.com/r/5d668503-c4de-… ).
Con un poco más de estructura argumental y algunos datos coloridos, el artículo “Freedom from food” nos introduce al mundo de Rob Rhinehart, el creador del compuesto nutricional “Soylent”, cuyo objetivo es “la máxima nutrición con el menor esfuerzo”. Rhinehart es un programador que se propuso “hackear” su alimentación, y que cansado de comer mal, gastar dinero y tiempo, creó este compuesto líquido que hoy en día constituye el 90% de su alimentación (el otro 10% lo ocupa lo que él llama “recreational eating”, es decir alimentarse de forma tradicional).
Así, la premisa que se explora tiene que ver con analizar los costos y las ventajas de nuevas opciones como ésta. Una de las primera cosas que se señala, como se mencionaba al comienzo de este post, es el factor del tiempo y la posibilidad de optar por no cocinar, habilitando así otra gestión de los recursos personales (“Simply having the choice of whether to spend time on food, or not, is a valuable and empowering thing…”). Poder elegir siempre es algo positivo, aunque surge la pregunta de si esta pulsión por aprovechar mejor el tiempo no es más que un efecto colateral de una mala gestión general, buscando soluciones de compromiso, parcializadas.
Tal vez se trate más del tiempo mental y la planificación que implica una alimentación saludable que lo que conlleva la ejecución en sí misma. De hecho muchos señalan que el éxito de la comida pre procesada radica precisamente en la reducción del esfuerzo mental y la complejidad. O como Rhinehart lo pone, “No tener que preocuparse por comer es fantástico” (http://www.vice.com/es/read/rob-rhinehart-no-piensa-volver-a-comer-en-su-vida)
Más allá de preguntas más obvias como ¿qué impacto en el organismo puede tener ingerir sólo líquidos?, ¿qué sucede con nuestro “microbioma”?, ¿es posible realmente aprovechar los nutrientes de los alimentos haciendo esta especie de ingeniería reversa de los alimentos?, o ¿cuán ecológico es realmente este proceso?, surgen varios interrogantes del tipo cultural; entre ellos, ¿qué significancia tiene la búsqueda de reducción de variables y cuánto nos auto educa a la hora de moldear otras problemáticas de nuestras vidas?, ¿hay algo en el acto social de sentarse a comer (dejando a un lado la ya caduca figura de la cena familiar) que quedaría relegado o desaprovechado por estos nuevos enfoques?…
Al igual que la tecnología, no es la comida la que esclaviza, sino nuestras propias concepciones respecto de ésta y del lugar que tiene en nuestra cotidianeidad, bienestar e incluso identidad. Quizás sea interesante pensar más que en “hacks” para comer más sano, o más rápido, pensar en cómo reconfigurar nuestra relación con ella.
Freedom from food
http://aeon.co/magazine/health/would-we-opt-out-of-food-if-given-the-chance/