Los juegos del sentido

¿Cada cuánto te preguntás cuál es el sentido de tu vida? Es de esos interrogantes que parecieran vivir en un reino casi hermético, lejano a la realidad cotidiana.

Indudablemente, solemos examinar estas cuestiones cada vez menos. Porque es incómodo, porque nos cuesta encontrar respuestas, o peor…esas respuestas distan significativamente de nuestras expectativas. A no desesperarse. Curiosamente, pareciera que la tercer opción es la que tiene mayores probabilidades de éxito, porque si podemos reconocer que hay una diferencia entre expectativa y resultado, queda evidenciado el costo de oportunidad de la potencialidad no explorada.

Ahora, también se podría indagar acerca del tipo de resultado que se busca. A quienes eventualmente respondan “yo sí sé cuál es el sentido de mi vida”, les preguntaría si pueden respaldar la calidad del casillero en el que decidieron pararse. ¿Es un sentido que defiende tu energía vital? ¿Es un sentido regenerativo? ¿O es pan para hoy y hambre para mañana?
Detrás de la pregunta se esconde la búsqueda y tener una búsqueda por delante como la del sentido de la propia vida es la aventura por excelencia.

Tenemos que buscar la tensión del cuestionamiento crítico en vez de palpar tímidamente alrededor de las cuestiones importantes y preguntarnos más, poniéndonos el sombrero de detectives en búsqueda de lo mejor.

Victoria Cichero
4 Comments
  • Daniel
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    A las puertas de un fin de semana largo y, por falta de la reunión, temo que se hará real la posibilidad de no tener siquiera un mínimo roce de ideas, así que aquí me planto frente a este escrito (con esa ilustración quirográfica que desafía al intercambio de argumentos en este ring del pensamiento crítico) y digo: Estoy bastante de acuerdo con muchos de los puntos aquí expuestos, pero cuando se toca el tema de los “costos de oportunidad” mi nivel de acuerdo baja de manera ostensible.

    Leyendo alguna de las muchas definiciones que pululan por la red de “costo de oportunidad”, elijo esta (aún a sabiendas del costo de oportunidad cognoscitivo de haber elegido otra mejor):

    “…Debido a la escasez de recursos, se hace una decisión de usar los recursos en una de infinitas posibilidades. Por ejemplo, si $4 pueden comprar una taza de café o dos helados, si compras un taza de café, el costo de oportunidad será dos helados. Los costos de oportunidad son ” las alternativas altamente valiosas que se debe renunciar cuando una toma la decisión de usar los recursos en determinada opción…”

    Se me hace que puede resultar infinita la búsqueda de todos los posibles “costos de oportunidad”.

    Entonces persiguiendo el encuentro de la mejor oportunidad mediante un proceso complejo y de límites difusos, recuerdo (y conjeturo que habrá algo que me sirva para fortalecer mi argumentación en este escrito) el cuento de Borges: “El jardín de los senderos que se bifurcan”, allí se puede leer este párrafo:

    “… En todas las ficciones, cada vez que un hombre se enfrenta con diversas alternativas, opta por una y elimina las otras; en la del casi inextricable Ts’u i Pên, opta -simultáneamente- por todas. Crea, así, diversos porvenires, diversos tiempos, que también, proliferan y se bifurcan. De ahí las contradicciones de la novela. Fang, digamos, tiene un secreto; un desconocido llama a su puerta; Fang resuelve matarlo. Naturalmente, hay varios desenlaces posibles: Fang puede matar al intruso, el intruso puede matar a Fang, ambos pueden salvarse, ambos pueden morir, etcétera. En la obra de Ts’ui Pên, todos los desenlaces ocurren; cada uno es el punto de partida de otras bifurcaciones…”

    La existencia de esta red de opciones que crece de manera exponencial es, a mi entender, solo la mitad del problema, aún debemos encontrarnos con otra dificultad que, a los efectos de su fácil recuerdo, la han bautizado como “El Asno de Buridán” (http://es.wikipedia.org/wiki/Asn… ), el centro argumental es una situación donde “algunos críticos imaginaron el caso absurdo de un asno que no sabe elegir entre dos montones de heno, y que a consecuencia de ello termina muriendo de inanición. Se trata de una paradoja, ya que, pudiendo comer, no come porque no sabe, no puede o no quiere elegir qué montón es más conveniente, ya que ambos montones le parecen iguales”.

    Obviamente no creo que uno debe, como el asno del cuento, quedarse inmóvil ante una decisión, también estoy convencido que siempre debemos explorar, al aparecer una “bifurcación” de nuestro sendero, las diferentes alternativas, evaluar sus beneficios, sus costos y luego proceder con la más conveniente de las sendas y, por supuesto, no es mi fin proponer una contemplación estática, sino simplemente reflexionar que la búsqueda de la mejor opción para explotar nuestros recursos vitales, puede encerrar, vaya paradoja, una pérdida irreparable de uno de los recursos no renovables que tenemos: el tiempo.

    30 de April de 2014 at 6:11 pm
  • Charly
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    Sin duda un clásico de los Clubes, quizás nunca trabajado en el foro y ahora felizmente posibilitado por el comentario de Viq y la inspirada resonancia en Dani.

    Tiendo a pensar que ambas facetas del problema tal como lo planteás tienen una estrecha relación, y prácticamente podrían ser consideradas como un solo concepto.

    La proliferación exponencial de opciones, como la llamás vos, y la eventual parálisis por “indecidibilidad”, son, en realidad, el mismo fenómeno: la crisis del obsoleto sistema de navegación de opciones que viene por defecto con la Cultura Central y que cuesta tanto re-entrenar.

    Este “sistema” estaba pensado para resolver navegaciones de árboles o mapas de decisiones basados en algunas premisas, que podríamos resumir en:

    a) relativamente baja cantidad nominal de opciones.

    b) discreta diferencia entre “resultados”.

    c) relacionada con la b): ninguna de las opciones alteraba significativamente la fisonomía del mapa (árbol más bien estático).

    d) relacionada con c): la fase de indecisión, ya sea por estar analizando las opciones o por cualquier otra razón, no sólo no revestía beneficios sino que acarreaba costos, algo así como un “beneficio cesante” o costo de mantenimiento.

    El tema es que el Juego de las Decisiones (uno de los Juegos del Sentido, si se quiere), es una de las estructuras que más vertiginosamente está cambiando en el escenario del mundo contemporáneo.

    Los nuevos árboles de decisión que se le presentan al ser humano crítico (y que se anime a navegarlos) no sólo no cumplen con las mencionadas premisas, sino que se caracterizan por rasgos exactamente opuestos:

    Nuevo a): la cantidad de opciones ha explotado tan violentamente, que hace palidecer casi cualquier escenario del pasado. Nuevas variables y nuevas accesibilidades (o inaccesibilidades) no hacen otra cosa que ejercer su carácter multiplicativo.

    Nuevo b): La explosión numérica no se queda ahí: emergen nuevos “layers” cualitativos, destrozando lo que quedaba de comparabilidad complaciente: ¡hay cada vez más diferencia entre las ramas del árbol!

    Nuevo c): ¡La explosión cualitativa tampoco se queda ahí! El peso de ciertas ramas es tan potente que conmueve y re-estructura la fisonomía misma del árbol. ¿Te vas a quedar con una rama “común”, teniendo la chance de acceder a alguna de esas “súper ramas”?

    Nuevo d): todo lo anterior junto con la ampliación de la disponibilidad temporal, genera un proceso paulatino de disminución de los costos de mantenimiento de la indecidibilidad, e inclusive la incursión en un inesperado terreno de “superávit”! ¡La lógica del “gap year” llegó para quedarse!

    El mantener viva la posibilidad de acceder a las “súper ramas” es algo tan jugoso que hace emerger un nuevo “negocio existencial”: la gestión de esa latencia, que va acompañada inclusive (de la mano del coleccionismo compulsivo de experiencias tan en boga) de un rédito inmediato más allá de las opciones que se terminen efectivizando.

    Poniendo como ejemplo el “gapper”: la latencia no sólo le aporta una mayor chance de elegir mejor, más perspectiva, etc., sino que le da una experiencia en sí misma (el gap) que se constituye como un capital vivencial que rivaliza inclusive con los territorios de destino vinculados a las decisiones en proceso y que motivaron en un principio ese gap.

    Es curioso porque esta dinámica no debería considerarse en sí misma como algo positivo, sino que refleja el catastrófico derrumbe del valor percibido de los territorios más estructurados a los que los procesos de decisión individual te puedan terminar llevando.

    Por eso resulta crucial que en una nueva Cultura Independiente aplicada a las decisiones individuales se combinen equilibradamente la percepción y el festejo de la complejidad y las posibilidades con un instinto operativo que estimule a la decisión activa; por más placenteros que sean los gaps sólo deben servir para bajarse de inercias espurias y árboles petrificados y adentrarse de una vez por todas en la mejor de las ramas que tu imaginación y tu pasión por construir lo real te permitan acceder.

    1 de May de 2014 at 5:18 pm
  • Daniel
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    Antes de adentrarme en la respuesta a la intervención de Carlos, quisiera declarar que, leyendo con mayor detenimiento el comentario inicial de Victoria, me doy cuenta que le erré al enfoque que, entiendo ahora, le quiso dar.

    Ella plantea preguntas acerca de “cuál es el sentido de la vida”, imagina que este cuestionamiento cada vez se hace menos, es decir que uno tiende a no confrontar las ideas propias sobre “destino buscado” y “lugar en que efectivamente estoy” y yo asumí, equivocadamente, que el tema era los mecanismos de decisión. Luego, acrecentando su enfoque, plantea la necesidad de indagar acerca de la “calidad” de las elecciones que tomamos en orden a la “sustentabilidad” y a la “regeneratividad”.

    Todo esto no lo comprendí en la crepuscular noche del miércoles que escribí, pensé que ella agitaba la capa roja de los mecanismos de decisión y, sin meditarlo ni un segundo, arremetí ciego como un toro embravecido (bueno… tal vez no sea para tanto…).

    Hecho este descargo, ahora surge la respuesta de Carlos, sobre ella entiendo su análisis y descripción de la transformación de las características que asume la “nueva navegación”:

    Nuevo a) es el viejo a) pero elevado a la “n” potencia, con un arrojo no exento de riesgos sugiero que es lo mismo, pero mucho más.

    Nuevo b) aquí sí hay un cambio, aparentemente la densidad de casos fuera de las zonas promedio se incrementa, entre una sima y una cima (… lo que puede una letra en mi peregrino intento de parecer sofisticado) las distancias ahora son enormes.

    Nuevo c) enmarcado en mis clásicos ejemplos de heladerías (así como Forrest Gump decía “La vida es como una caja de bombones, nunca sabes lo que te va a tocar”, están autorizados a pensar que para mí el mundo es una heladería, aunque en ellas sí sabes que te va a tocar) si mi objetivo es el “chocolate”, no tendría dudas acerca de que hacer entre vainilla y chocolate, pero si las “súper ramas” a elección son: Chocolate amargo, o Chocolate nero, o Chocolate volta, o Chocolate tartufo, o Chocolate Tentación, el proceso de selección se alarga y exige otro tipo de análisis y valoraciones, imaginemos lo que será en situaciones de complejidades crecientes y de diferenciaciones muy finas.

    Por último una parte del párrafo final es muy interesante: “…Por eso resulta crucial que en una nueva Cultura Independiente aplicada a las decisiones individuales se combinen equilibradamente la percepción y el festejo de la complejidad y las posibilidades con un instinto operativo que estimule a la decisión activa…” todo el párrafo me remite al ejercicio constante de análisis costo/beneficio, es decir a una siempre presente conciencia de que generar un análisis perpetuo, que suspenda el proceso decisorio, es casi tan estático y pernicioso como una mala decisión.

    Y entonces, ahora sí, llego a una idea que me deja más conforme: Tal vez haya que generar un “piso mínimo decisorio” el cual, combinado con el desgaste temporal del proceso, dispare en ese “instinto operativo” una señal de alerta que me indique que ya están dadas las condiciones mínimas para pasar del pensamiento a la acción, que salí del estado “vainilla” y ahora navego entre gamas aceptables del infinito chocolate.

    Y hago esta distinción porque una vez que estás por encima del piso mínimo, el paso del tiempo invertido en seguir destilando la mejor opción, adquiere otro carácter, ya que no lo gastas en el campo de la pérdida, sino que lo gastas en el terreno de la ganancia.

    2 de May de 2014 at 9:50 pm
  • Charly
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    Dani, cuatro cosas:

    1) Yo no creo que el toro embravecido estaba tan errado, ya que la frase del comentario de Viq “…si podemos reconocer que hay una diferencia entre expectativa y resultado, queda evidenciado el costo de oportunidad de la potencialidad no explorada.” es la clave en todo este asunto.

    2) La metáfora de la heladería conlleva una pequeña trampa: los gustos de helado son más bien comparables entre sí, y sobre esa equivalencia emerge el remanido “sobre gustos no hay nada escrito”.

    Las decisiones, si bien también son en algún punto “gustos”, incursionan en la eventual diferencia cualitativa entre ellas, y entonces es en donde se torna esencial la discusión del tema: estamos hablando de opciones que, en algunos casos, de equivalentes puedan no tener nada.

    3) A los efectos de comprender mejor el tema del gap versus los destinos de decisión propiamente dichos, quizás sea útil pensar el gap como un territorio más: en ciertas épocas, se consideraba por ejemplo que una persona que no se había establecido (settling down) estaba en algún punto en un limbo pre-decisión!

    Hoy es más común entender que esa persona elige no “decidir” en los términos de la cultura precedente, pero en algún punto el territorio de “transitoreidad” puede no ser transitorio y ser considerado como una opción en sí misma. Lo que en una cultura puede ser un estado “idle”, en otra cultura puede ser el colmo de la decisión.

    4) Pero lo más importante de una filosofía decisoria fuertemente apta para gestionar el Costo de Oportunidad es que más allá de si se decide o no se decide, o de la opción eventualmente elegida, la idea de cómo se convive con lo que no se eligió.

    La liberación de la imaginación va de la mano de la abolición de todos los mecanismos justificatorios de las decisiones acaecidas, típicos ardides para quedarse tranquilo y no atormentarse por las alternativas.

    La maximización del disfrute de lo contingente no debe ir atada al autoengaño, porque ahí es cuando se empieza a condicionar todo nuestro mecanismo perceptivo y vamos inconscientemente apagando nuestros radares.

    Hay que enseñarles a las opciones a que si no son tan buenas, al menos sean buenas perdedoras.

    3 de May de 2014 at 12:36 am

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