No hagas hoy lo que tu otro “yo” puede hacer mañana
Por Laura Marajofsky
La orden médica que el doctor acaba de recetar va a ser cuidadosamente guardada en un bolsillo. A partir de allí, el papel pasará a la agenda o a cualquier cuaderno, y será transportado por tiempo indeterminado hasta que un buen día, después de sucumbir reiteradas veces ante la tentación de dejar la tarea para otro momento, nos demos cuenta que ha expirado de nuevo. Es posible que esta situación resulte familiar para muchos, y que suceda no sólo con trámites tediosos, sino también con cuestiones más trascendentales en nuestras vidas.
El peculiar hábito de posponer o dilatar algo que se debe hacer, aún cuando se tiene plena conciencia de que luego esto será contraproducente (en inglés se utiliza el término “procrastination” para referirse a esta situación), ha sido extensamente referenciado en la literatura contemporánea. Es así que en los últimos años se observa la consolidación de una corriente de pensamiento que sustenta una peligrosa línea conceptual desde el punto de vista de la cultura que se promueve: la idea de que dada la creciente dificultad del individuo para manejar su voluntad de forma consciente y racional, se hace necesario algún tipo de control externo (en ocasiones pautado por la propia persona).
Dos casos comentados hace poco por Dan Ariely en la revista MIT’s Technology Review, apuntan precisamente en esta dirección. Por un lado tenemos un experimento realizado con jóvenes estudiantes que debían entregar tres trabajos por semestre, en el cual se les ofrecía la chance de presentar todos los trabajos juntos a fin del período, o bien elegir una fecha previa para cada uno. No había ningún crédito extra para aquellos que entregaban antes de fin de curso, pero se penalizaba a los alumnos por cada día tarde que acumulaban una vez establecido un “deadline”. Contrariamente a lo que se pensaría como la mejor alternativa (presentar todo a fin del semestre para tener más tiempo y evitar sanciones), la mayoría de los alumnos seleccionaron la opción de entregar las asignaciones por separado. Ariely explica que esto tiene que ver con el hecho de que sabiendo que al decidir un plazo más tardío se corre un alto riesgo de “dejarse estar”, muchos optaron por elegir fechas tempranas para obligarse a cumplir a tiempo. De la misma manera, Ariely también alaba el sistema de jubilación puesto en práctica por el gobierno chileno, en donde ante el reconocimiento de la dificultad para ahorrar, por ley se descuenta a los empleados el 11% de su sueldo para cuando se retiren. Como bien explica el escritor refiriéndose a este enfoque “desde el punto de vista del comportamiento, se reconoce que la gente no es buena en dos aspectos de su planeamiento financiero para el retiro -ahorrar y eliminar el riesgo a medida que envejece- y así se los fuerza a actuar de una forma mejor”.
También sobre este tema se han explayado los filósofos Joseph Heath y Joel Anderson en su paper “Procrastination and the Extended Will”, refiriéndose a la “voluntad extendida” como esa asistencia extra que muchos requieren para funcionar. Desde el punto de vista de las técnicas de disciplinamiento para encauzar la toma de decisiones, los autores consideran que el modo más intuitivo para forzarse a hacer algo, en especial cuando se anticipa la posibilidad de flaquear, es preautorizar a un tercero para que ejerza el control (“social strategies”).
Asimismo, también se explica que si bien la fuerza de voluntad puede ser entrenada -menos mal-, lo cierto es que se vuelve extenuante tener que estar ejerciéndola todo el tiempo. Así se llega al concepto del “distributed willpower”, con el que se explica que la mayoría de la gente no trata de sobreponerse a la falta de iniciativa, sino que en todo caso configura su vida para no tener que “toparse” con demasiadas situaciones en las que tenga que ejercitar su fuerza de voluntad -algo así como “economizar” este recurso en falta, antes que intentar regenerarlo.
Este tipo de lecturas asistencialistas que instan a desactivar la propia determinación para ahorrar energía o no hacerse mala sangre, no colaboran en absoluto con el desarrollo de una gestión individual autónoma y eficiente. Difícilmente se pueda esperar que una persona ejercite su motivación, o que entrene su capacidad de reacción, si lo que se está fomentando en este contexto es todo lo contrario.
Pero hay todavía una vuelta de tuerca más en todo este asunto de las postergaciones y el aletargamiento. En un artículo publicado esta semana por la revista The New Yorker donde se analizan las causas de estas dilaciones conscientes, se cita a la teoría del “divided self” (ser dividido) como una explicación factible para el fenómeno. De acuerdo a ésto, dada la partición de la persona en varias facetas, lo que sucede es que se produce un conflicto de intereses entre los diversos “yo”, por lo cual en muchas circunstancias se terminan posponiendo ciertas actividades. Con bastante cinismo el autor de la nota opina: “La idea del ser dividido, aunque atemorizante para algunos, puede ser liberadora en términos generales, ya que nos empuja a dejar de pensar acerca de las postergaciones como algo que podés vencer sólo si te esforzás más”. En suma, si no podés responsabilizarte por tus acciones, siempre podés echarle la culpa a tu otro “yo”.
Discursos desactivadores como éstos abundan en plena era del “cuelgue” y ante el continuo desfile de productos artísticos con guiños cada vez más esquizofrénicos (chequear las series televisivas “Dexter”, “The United States of Tara” o “Bored to death”). Es probable que si estos conceptos están adquiriendo tal visibilidad -y aceptación- hoy en día, sea porque están en total sintonía con otros movimientos culturales de la época: por un lado, un reacomodamiento estratégico ante una asumida incapacidad para lidiar con las propias contradicciones, y por otro, un recorte de la libertad personal frente a la abundancia de opciones.
El hecho de que un programa diseñado para bloquear la conexión a Internet y así evitar distracciones se llame -ironías a un lado- “Freedom” (Libertad), pareciera reflejar bastante elocuentemente el posicionamiento actual. ¿Por qué resulta un escenario tan lejano el poder imaginarse que la propia decisión y no un condicionante sea lo que oriente nuestro comportamiento? Si la dilación consciente de metas relevantes es considerada una “negociación” fallida con uno mismo, ¿cómo optimizar este proceso de evaluación, tratando de que la voluntad y el ingenio estén al servicio de una utilización más virtuosa de la -verdadera- libertad?