Comuniones bizarras
Por Gustavo Faskowicz
La búsqueda de lo espiritual no es un fenómeno reciente en nuestra cultura. Las manifestaciones de fe y religiosidad, como respuestas canónicas a esa exploración, decoran la historia de la humanidad y aportan al relato existencial de gran parte de la población a lo largo del tiempo. Las religiones convencionales, que desde siempre monopolizaron el ámbito, hoy comparten esa posición con distintas expresiones y rituales. Este escenario invita a analizar el rol que, viejas y nuevas tradiciones, ocupan en el mundo en que vivimos.
En primer término, resulta ineludible detenerse en las visiones más conservadoras, persistentes en la noción primitiva que sugiere que cualquier tipo de creencia denota sensibilidad. Esta mirada omite indagar en las motivaciones que llevan a tantos individuos a depositar sus esperanzas más certeramente en valores intangibles e incomprobables que en su propia capacidad para gestionar sus vidas. Mientras la angustia y la frustración vital son los insumos básicos de estas fuerzas de atracción, existe un discurso temerario que induce a concluir que hay explicaciones mágicas pero a la vez útiles que sirven como paliativo para estos estados anímicos. Así, tanto los problemas como sus soluciones están siempre fuera de la égida individual.
En este contexto, la aproximación de fieles de cualquier tipo a cada una de estas creencias no parece denotar mucha variabilidad. Cuando los vacíos (proyectuales, de autodeterminación) son llenados con alguna de las múltiples encomendaciones disponibles en la góndola de la fe, resulta difícil distinguir diferencias sustanciales entre sacerdotes, pastores, sanadores, tarotistas, astrólogos, y otros referentes venerados como totems.
No sorprende, entonces, que el denominador común sea la irracionalidad, el consenso alrededor de la necesidad de creer, no importa mucho en qué, para encontrar respuestas a lo que conscientemente no se quiere abordar. Hay una convergencia entre las instituciones eclesiásticas más tradicionales (y nefastas por cierto) que conviven con la creciente visibilidad de un conjunto de ofertas nuevas o agiornadas, que van desde remozadas corrientes astrológicas hastaneoshamanismo new age.
Pero lo novedoso, en este punto, es el proceso de retroalimentación de todas estas dinámicas. Más allá de lo que opinen curas y rabinos acerca de la tarea de brujos y hechiceros, importa preguntarse qué representan unos y qué representan otros. Qué procesos culturales promueven, qué tendencias favorecen. Y si observamos con atención quiénes y cómo acuden a todos ellos, veremos que el fenómeno es el mismo. Parecen coincidir en el abandono de toda capacidad de maniobra y gestión individual y el reemplazo de estas condiciones esenciales de autonomía por creencias de distinto origen pero igualmente inexplicables. Así, el horóscopo y la iglesia comparten un “mercado”, y lo hacen con prácticas cada vez más parecidas. Nadie debe asombrarse, entonces, al encontrar en el diario La Nación de Argentina relatos que revalorizan el rol de los curas exorcistas; o que las profecías del calendario Maya sean objeto de un sesudo análisis en la revista dominical del Diario Crítica de Argentina. Algunos fallidos periodísticos parecen confirmar que la distancia entre lo esotérico y lo explicable no es tal; en un famoso episodio, la revista de El Pais de España cambió en su tapa la palabra “Astrónomos” por “Astrólogos”, y así tituló “Astrólogos que rastrean el universo en busca de mundos desconocidos” para referir una nota de investigación astronómica.
Las prácticas y convicciones más arcaicas sobreviven como si el mundo no hubiera cambiado dramáticamente en los últimos años. Los cimientos sobre los que fue edificada esta cultura están tambaleando. Sin embargo, la reafirmación de las tradiciones más conservadoras parece conquistar terreno. Los relatos irracionales han ganado una legitimidad sólo entendible en una cultura de lo bizarro. ¿Serán, entonces, la resignación o la obsecuencia las únicas reacciones posibles? Seguramente, descubrir esa traza de falsedad es el camino para que la búsqueda espiritual y las exploraciones personales puedan emprenderse de manera coherente, bajo el sustento del pensamiento crítico, lejos de la penumbra del absurdo.
Charly
23/08/2009 01:07
Hablando de comuniones entre entidades altamente cascoteables, tuve la desagradable experiencia de toparme con el engendro de programa “Alguien a quien querer”, que va por TELEFE los sábados a la noche, conducido por una tal Lola Cordero, y cuyo staff se completa con:
*) La psicóloga Paula Manrique.
*) La astróloga Beatriz Leveratto.
Como deja entrever su título, el programa es una de estas imbeciladas para juntar almas solitarias, con la particularidad de que la pobre gente que acude tiene que soportar las ibéricas acotaciones de la conductora, secundada por el feedback de las dos “profesionales”, representantes de sendos paradigmas de pertinente convergencia y complicidad.
Bueno, alguien tiene que castigarse!
Laura Marajofsky
23/08/2009 23:26
…y si serán tiempos embobados con lo mágico e inexplicable, con el azar y el destino, o básicamente con cualquier cosa que no deposite la responsabilidad en el individuo. Para seguir sumando apostillas a esta tendencia, y notando el rescate cada vez más exasperante de tradiciones antiguas, una nota de la semana pasada del diario Crítica de la Argentina promovía las bondades de la “cafeomancia” (leer la borra de café).
Aquí se las dejo,
“Leer la borra de café, una tradición milenaria para husmear el futuro”
http://www.criticadigital.com/index….
besitos!
Daniel Lopez
24/08/2009 11:01
Hola, tengo la sensación que todo el artículo (muy bueno y bien escrito, lo cual no es un dato menor en estos tiempos) respira la idea de que la “pulsión religiosa” es producto de trueque donde por imperio de un deseo inconsciente de eludir la responsabilidad personal y para estar en una situación acreedora de una intervención exógena a modo de los “Deux ex machina” de los teatros Griegos y Romanos se exige la pertenencia y militancia en estas creencias, a este negocio también aportaría un estado de “angustia” y “frustración vital” que obrarían como atractores hacia la mencionada pulsión.
Como todo escrito complejo, es difícil plantarse frente a él con una opinión unívoca y monolítica, simplemente se me ocurre señalar algunos puntos que considero reclaman algunas precisiones:
o Hay visiones religiosas más “extremas” (Mayas, los seguidores de los Nizaríes también llamados hashshashiyyín=Asesinos, el culto a la diosa Kali, los excesos de la Inquisición española, etc.) que no parecen estar connotados por la idea de “sensibilidad”
o Las figuras de Juana de Arco, que a los 17 años condujo al ejército francés, Gandhi y todo su movimiento que logró la expulsión de los ingleses, Martín Luther King, el Papa Julio II (El Papa Guerrero), Malcolm X, etc, parecen tener en sí indicios de una capacidad conductiva de su vida y la de otros. Se me ocurre que “lo religioso” como todo colectivo humano es portador de la diversidad propia de su condición, es decir los hay tanto conductores como conducidos, activos e innovadores como seres más calmos, todo esto sin caer en la división pinkfloydiana de perros, cerdos y ovejas.
o Por seguir la imagen de la “góndola de la Fe” se me ocurre que más que una góndola es todo un hipermercado de extensa variedad y calidad y, en tal sentido, puede ser equívoco asimilar productos tan disímiles.
o Respecto de la convergencia entre las instituciones eclesiásticas más tradicionales y las ofertas nuevas o agiornadas no me parece que pueda contrastarse con, al menos, las expresiones de la doctrina católica referidas a estas novedades.
Por último, creo que la pertenencia a una “Fe” no es producto de una matemática mental o de un movimiento voluntario, se la tiene o carece muchas veces a pesar del deseo personal.
Mercedes
24/08/2009 13:58
Hola Dani!
Me parece muy interesante lo que planteas y es cierto que el tema de la religiosidad encierra una gran complejidad. Sin embargo, discrepo con algunas de las cosas que mencionás.
Comparto que el formar parte de alguna religión no implica necesariamente la imposibilidad de tener algún tipo de conducción en los términos a los que te referís. Pero el hecho de concebir la existencia desde una óptica prefijada también reclama muchas aspiraciones y gestualidades que tienen un impacto condicionante muy fuerte sobre esas conducciones. Yo creo que participar de un credo religioso (del tipo que sea) no hace que una persona sea un títere o esté exenta de alguna posibilidad de conducción, pero me parece que los objetivos últimos están determinados por esas cosmovisiones (al menos en los ejemplos que referencias). Creo que generalmente son producto (total o parcial) de una interpretación del mundo en función de esas creencias.
Todas las religiones (más allá de sus diferencias formales) plantean una lectura de la realidad, una moral determinada y un conjunto de requisitos que deben caracterizar el tránsito de los hombres en el mundo y, más allá del libre albedrío y de las libertades parciales que se les concede a los hombres, esos presupuestos muchas veces exigen costos muy altos en lo relativo a las libertades, sobre todo a la posibilidad de forjar una conciencia autónoma.
Es cierto que la “fe” es de alguna manera algo más ligado a la intuición que al estricto deseo personal. Sin embargo, me parece que cada individuo encuentra la manera de interpelar esas sensaciones y ahí la voluntad comienza a jugar un papel más importante. En lo personal creo que la participación o no dentro de las prácticas religiosas está muy conectada con una decisión de vida. Es decir, uno finalmente decide si esos presupuestos enriquecen la vida o la obstaculizan. Yo pertenezco a esta última postura, me parece que más allá de la existencia de algo que no vemos (que al menos por el momento es imposible de contrastar), la religión supone una administración especifica de la vitalidad. Sustentarse dentro de esos mandatos también implica cohibir muchos cuestionamientos y críticas, o también renunciar a configurar diferencias profundas…ya que siempre va a estar presente ese factor común que involucra nada menos que cómo se debe vivir. Por eso tiendo a coincidir con Babu cuando no hace distinciones entre esas creencias y religiones, puesto que en el fondo comparten una lógica común.