Entre descalabros y promesas
Por Mercedes Rojas Machado
Tiempo atrás la lectura de ciencia ficción llevaba a lugares insólitos y figuras inimaginables, todo resultaba tan ajeno como propio de un estado de ensoñación. Hoy, aquellas fantasías parecen estar ante nosotros recreando el futuro, abriendo las puertas hacia una forma diferente de entender la vida y al hombre.
Hasta el momento, el estudio dentro del campo de las tecnociencias derivó en la provisión de herramientas y servicios a cargo de un conjunto de robots que, en los últimos años, comenzó a participar en una mayor cantidad de espacios y de tareas. Estas criaturas mecánicas ya han ejecutado cirugías experimentales complejas, maniobras militares específicas, y los investigadores empezaron a barajar la posibilidad de que puedan viajar en el torrente sanguíneo para combatir tumores, entre otros ejemplos. Se trata de una serie de adelantos orientados a llevar a las disciplinas tradicionales a un mayor nivel de desarrollo y lograr, en lo sucesivo, que estos seres puedan interactuar con nosotros casi dentro de cualquier ámbito.
Como es habitual en épocas de transición, siempre están quienes plantean la necesidad del retorno a un pasado en apariencia más seguro o se niegan a incorporar estos adelantos. Sin embargo, las críticas suelen estar más cerca de la tecnofobia que de un cuestionamiento por la implementación de aquellos descubrimientos. Explorar esas potencialidades requiere de un marco consistente que lleve esos esfuerzos a un lugar verdaderamente positivo analizando cómo son usados estos adelantos, con qué fines y a través de qué medios.
Quizás el aporte más interesante que puede ofrecer la inteligencia artificial esté relacionado con un eventual salto cualitativo en la prolongación de la vida, extenderla hacia niveles impensables en virtud de un conjunto de alteraciones en la “naturaleza humana”. El inventor y futurista Ray Kurzweil es uno de los exponentes más representativos de esta postura, reformulando la noción de Singularidad tomada de la cosmología, que describe un lugar ubicado en el espacio o en el tiempo donde todas las magnitudes se tornan infinitas y los paradigmas científicos actuales resultan insuficientes, sustentando su predicción de una vitalidad ilimitada.
Muchos investigadores a lo largo de los últimos años examinaron ese campo sacando de él diferentes conclusiones. El matemático Vernor Vinge tomó dicho concepto y advirtió, progreso informático mediante, el fin del hombre, llegando el momento en el que las máquinas superinteligentes evolucionen por sí mismas dejándolo en el terreno de la obsolescencia o como simple espectador de un proceso que lo supera. Otros especialistas incluso argumentan que su destino sería el de esclavos o alimento de esos nuevos seres.
Con una tónica más optimista, Kurzweil se posicionó como fundador de un movimiento que aguarda la llegada de un estadío próximo en el que la humanidad en lugar de ser destruida, avanzaría hacia la inmortalidad. La hibridación biológica sería garante de que esto suceda, con la presencia en el cuerpo de todo un conjunto de aparatos electrónicos que incrementen nuestra inteligencia, patrullen el interior del cuerpo evitando que las enfermedades se propaguen o bien, que el progreso de estos métodos genere la viabilidad de transferir nuestra mente a un dispositivo tecnológico permitiendo una supervivencia eterna. Un horizonte esperanzador para algunos, descabellado para otros, pero sin dudas es una invitación vertiginosa a lo desconocido.
Sus declaraciones son las de alguien que parece arrojar los dados de la historia. Sin certezas sobre el devenir pero plenamente convencido del destino que tomarían las ciencias en materia de longevidad, sienta las bases para repensar al hombre en su totalidad, su relación con el mundo y la naturaleza. Esta perspectiva fue descalificada por Paul Myers (biólogo de la Universidad de Minnesota) quien afirma que está más cerca de ser una corriente religiosa llena de falsas promesas que una teoría fundamentada. Se trataría entonces de un “espiritualismo New Age, nada más”, dado que “los fanáticos de la computación también quieren encontrar un Dios en alguna parte, y Kurzweil les da lo que buscan”.
Aunque el transhumanismo presenta muchos descuidos sensibles de ser objetados, es interesante interpretar las fuertes críticas que ha recibido desde una lente cultural o, al menos, preguntarse si muchas de ellas no se explican por una fuerte negación a un cambio profundo. Tal vez sea más nutritivo posicionarse fuera de los fanatismos o abstenciones que esta predicción genera para analizar qué hay detrás de ello y potencialmente, qué podría alcanzarse con una refinación de aquel pensamiento.
Para quienes crecieron viendo “Blade Runner” y otras obras que inquietan con una sociedad amenazada por sus creaciones, este esquema podría homologarse a una ruleta rusa. Sin embargo, la posibilidad de trascendencia, la oportunidad de hacer del sueño de la eternidad un propósito viable, podría sembrar algo más que miedo en esos corazones.
Es de suponer que un cambio en la longevidad como el mencionado podría generar una eclosión en el marco estratégico y proyectual de las personas. Si eso ocurre, los modelos establecidos resultarían alterados y hasta podrían verse incapaces de satisfacer necesidades propias de esta emergente temporalidad. No sorprendería que el temor a una redefinición integral sea lo que atraviese subterráneamente los mecanismos de defensa de una cultura que, percibiendo su caída, pretende perpetuarse por todos los medios. Y es que en efecto, es éste el verdadero campo de batalla, donde están en juego todas las fuerzas, todos los recursos y los problemas. Un camino que pretende llevar a la separación material de la vida y la muerte hace algo más que generar un descalabro analítico. Aparte de centrar el poder en el individuo, pone en tela de juicio todo lo que hasta hoy existe y su utilidad para el futuro. Aceptar la muerte no sólo implica una derrota sin resistencia sino que también implica negarse a un debate profundo sobre todo lo naturalizado.
Ante un futuro tan incierto como prometedor quizás lo más conveniente sea inspirarse en esas promesas, dejarse seducir por esos augurios pero teniendo claro que será responsabilidad de la humanidad velar por el control de estas innovaciones; tener acaso la suficiente apertura para no aferrarse a antiguas limitaciones, firmando un acta de defunción cuando esos destinos están siendo justamente discutidos. En definitiva puede que se trate de ser permeable a lo novedoso, sensible a lo que muta, y permitirse todos los replanteos que surgen cuando una ilusión puede transformarse en realidad.
Carlos Lavagnino
15/07/2009 19:09
El “transhumanismo”, tal como está planteado, parece limitarse a un papel de proyección experimental que no se anima a romper con el factor conspirativo clave a la hora de hablar de prolongación de la vida: la Cultura Central.
El partido de la vida y de la muerte quizás se juegue en múltiples niveles interrelacionados, no sólo en términos de deterioro de funciones y tejidos, sino también en cuanto a directivas culturales injertadas en los modelos de vida que gestionan al hombre.
Aun imaginando una posibilidad de acceder a un “upgrade cyborg”, es difícil pensar en la motivación orgánica que puede tener semejante criatura para extender su vida más de lo normal sin una readecuación de nuevos objetivos vitales que hagan más coherente y justificada tal expansión.
Esta negación a reconocer a la Cultura como el factor primordial probablemente potencie la dificultad de asimilar y aprovechar los nuevos avances.
¿Puede haber un “transhumanismo” consistente que no cuestione la prerrogativa de muerte inherente a las principales instituciones de la cultura “por defecto” (familia, profesión, etc)?
Miren la insólita reacción del pionero de la gerontología Leonard Hayflick cuando un periodista le pregunta:
– ¿Entonces [estos avances] no implican que se encuentre la solución al problema de envejecimiento?
– ¿Para qué querría usted tal cosa?
Parece que pensar que un gerontólogo top quiera combatir el proceso de envejecimiento es tan absurdo como esperar que la Academia pueda ayudar a pensar ideas nuevas para la Humanidad.
La entrevista completa a Hayflick acá: https://www.technologyreview.com/s/414204/can-aging-be-solved/